Ya se ha cumplido la primera semana de carrera. Muchos ciclistas lo
      notan en las piernas, sobre todo los que van más justos y las pasan
      canutas para llegar a meta. Un insidioso dolor de piernas les acompaña
      todo el día desde que se levantan de la cama. Y no digamos cuando el
      pelotón aprieta. Entonces el dolor se hace insoportable. Son las
      temidas agujetas. 
       
      Hasta hace poco, en las Facultades de Medicina se explicaban las
      agujetas con una hipótesis muy particular. El causante sería una
      pequeña molécula, el ácido láctico o lactato, que los músculos producen
      cuando queman glucosa a toda velocidad, para obtener energía. Al
      acumularse en los músculos, el lactato cristalizaría. Y los cristalitos      pincharían sus terminaciones nerviosas, produciendo una incómoda sensación de dolor. 
      Lo cierto es que las agujetas nada tienen que ver con el pobre lactato:
      nadie ha llegado a ver los citados cristalitos. Y, mucho antes de
      acumular demasiado lactato, las células musculares (fibras), lo sueltan
      a la sangre a toda velocidad con el fin de que viaje a otros tejidos. Y
      tiene su lógica, pues esta molécula atraviesa bien las membranas
      celulares y contiene energía dentro de sus enlaces químicos. Energía
      que otros tejidos pueden utilizar. Como el corazón, para latir con
      fuerza. 
       
      Las agujetas reflejan sobre todo la existencia de daño mecánico en las
      fibras musculares: los llamados micro-traumatismos, ya que es necesario
      un microscopio para verlos. Las proteínas que componen las fibras, y
      que son responsables de la contracción muscular, se rompen debido a las
      fuertes tracciones mecánicas a las que son sometidas. Para reponerlas,
      el cuerpo pone en marcha una reacción inflamatoria: los glóbulos
      blancos viajan a los músculos afectados para comenzar su reparación, y
      las células madre o precursoras del músculo, las llamadas células
      satélite, ayudan a las fibras lesionadas a producir nuevas proteínas
      contráctiles.
       
       
      Lo malo para el ciclista es que, para que sea completo, el proceso de
      reparación ha de durar al menos dos semanas. Durante ese tiempo, el
      sistema nervioso nos defiende produciendo sensación de dolor, con la
      esperanza de que dejemos a los músculos repararse tranquilos. Lo cual
      es imposible en el Tour, claro.       
              ALEJANDRO LUCÍA 
        Alejandro
      Lucía es profesor de la Universidad Europea de Madrid 
         
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