LA MÁQUINA HUMANA
Beber y beber aun sin sed


Durante un partido, la mayor parte de la energía que producen los músculos de los futbolistas se pierde como calor. Cuando la temperatura ambiental es elevada, como la que hoy se van a encontrar los jugadores españoles y los griegos, de más de 30 grados centígrados, además de recalentarse por dentro, al cuerpo le llega mucho calor de fuera.

Los humanos somos animales homeotermos. Es decir, que para sobrevivir debemos mantener nuestra temperatura corporal en torno a los 37 grados. El mecanismo más efectivo de que disponemos para perder calor es la evaporación hacia la atmósfera del sudor producido por las glándulas sudoríparas que pueblan nuestra piel. Es éste un eficiente sistema, perfectamente adaptado tras miles de años de evolución: al poco tiempo de sudar, se desencadena automáticamente el mecanismo de la sed para reponer los líquidos corporales y... problema resuelto. A no ser que el ambiente, además de caluroso, también sea húmedo. Parece que ése va a ser el caso en el encuentro de hoy.

Con la humedad, el sudor tarda más en evaporarse y se empieza a acumular bajo la ropa o cae al suelo. Sudor inútil, en dos palabras. El cuerpo entra entonces en un irremediable círculo vicioso: para mantener la misma tasa de evaporación, no hay más remedio que sudar más. Hasta tres o incluso cuatro litros por partido. El principal problema de tan profusa sudoración es que se hace a expensas de perder importantes líquidos corporales. Sobre todo, el de la sangre: el llamado plasma sanguíneo (de los tres o cuatro litros de plasma que tiene un futbolista, casi medio litro se puede perder por el sudor). El que primero lo nota es el corazón, pues la fuerza de cada uno de sus latidos depende de la cantidad de plasma que recibe. Así, se va quedando sin fuerzas para bombear sangre a los tejidos, incluidas las glándulas sudoríparas. El resultado es un aumento paulatino de la temperatura corporal y la sensación de fatiga que se va apoderando del organismo: los movimientos se vuelven más lentos y torpes e incluso el cerebro pierde lucidez para ver las jugadas. El único modo de prevenir la deshidratación y sus efectos nocivos sobre el rendimiento es beber la mayor cantidad posible de líquido, adelantándose incluso a la sensación de sed: antes del partido, durante el mismo (no viene mal acercarse a la banda de cuando en cuando para hidratarse), en el descanso y tras el partido. Además, las bebidas deportivas actuales contienen electrolitos y azúcares que les confieren un sabor agradable y mantienen el deseo de beber. Otra buena medida es haber llenado bien los depósitos de hidratos de carbono (glucógeno) antes del encuentro: al acumular mucho glucógeno, el cuerpo también retiene agua. Hasta dos o tres litros extra, que no está mal.

ALEJANDRO LUCÍA
Alejandro Lucía es Catedrático de la Universidad Europea de Madrid


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