El
corazón de los deportistas ha fascinado a los médicos
desde. siempre. Uno de los padres de la medicina, Galeno, pensaba que
los atletas, profesionales desgastaban su corazón peligrosamente
y antes de tiempo. Algo parecido pensaba el doctor Thomas Allbutt, que,
en 1893, presentó en la Sociedad Clínica de Londres la
primera ponencia sobre lo que hoy conocemos como corazón de
atleta -o
corazón de ciclista, que viene a ser lo mismo-. Durante muchos
años, el corazón de los deportistas de fondo ha preocupado
a los cardiólogos. Tanto que un norteamericano, Moorstein, llegó a
publicar en 1968 un artículo en la revista médica más
prestigiosa del mundo según el cual muchos remeros universitarios
de alto nivel habrían muerto antes de llegar a viejos aquejados
de enfermedades cardiovasculares causadas por el esfuerzo. ¡Tuvieron
que ser los propios remeros, todos ellos vivos y sanos, los que desmintieran
sus aseveraciones!
Afortunadamente, ahora, con nuevas técnicas
diagnósticas
como la ecocardiografia, que permite conocer por medio de ultrasonidos
el tamaño de las paredes y cavidades cardiacas, se ha llegado
a estudiar minuciosamente el corazón de los deportistas. Y en
particular el de los ciclistas, que además están obligados
por la UCI a pasar regularmente reconocimientos médicos exhaustivos,
con evaluación ecocardiográfica incluida. Así, se
sabe que el corazón de los deportistas de fondo, y el de los ciclistas
en particular, es el mejor corazón posible que pueda tener un
ser humano. Y el más hermoso, en palabras de un prestigioso investigador.
A la adaptación transitoria, pues desaparece al dejar de entrenarse,
y fisiológica, que no patológica, que tiene lugar tras
miles y miles de kilómetros de esfuerzo sobre la carretera, se
le denomina hipertrofia ventricular excéntrica. O en otras palabras,
las dos cavidades ventriculares, izquierda y derecha -los dos receptáculos
de sangre más importantes del corazón-, son especialmente
grandes para poder albergar una gran cantidad de sangre, pero a la vez
la pared muscular que las envuelve es ancha y fuerte. Sobre todo la pared
del ventrículo izquierdo. Es lo que a éste le permite estrujar
o bombear con fuerza la sangre. hacia las arterias que irrigan todos.
los tejidos del cuerpo.
Además, el corazón de ciclista
es el que mejor se autorregula latido a latido: cuanta más sangre
retorna al mismo por las venas, más se estiran las paredes de
sus ventrículos
y con más fuerza se pueden contraer. Nada menos que unos 180 mililitros
por latido pueden llegar a salir por cada uno de los dos ventrículos
de un ciclista pedaleando al máximo: Unos 35-40 litros de sangre
por minuto. El doble que en un joven sano y sedentario. Otra característica
del corazón de los ciclistas es su tremenda capacidad de respuesta:
desde 30 latidos por minuto (lpm) en alguno de ellos durante las horas
de sueño –a tan lento latir se le denomina bradicardia sinusal
hasta cerca de 200 lpm en plena subida al Alpe d'Huez. Y esa misma noche,
y después de tanto esfuerzo, vuelta a la calma, a esos escasos
30 lpm.
¿Qué significa el Tour para el corazón?
Unos 800.000 latidos cardiacos en total. Además, 90.000 de ellos
son por encime de 170 lpm. A pesar de tanto latido, el corazón
del ciclista ni sufre ni se desgasta.
¿Y las muertes que jalonan la historia del
ciclismo? ¿Por
qué se le paró entonces el corazón a Tom Simpson
en plena ascensión al Mont Ventoux, en 1967? Fue el cóctel
de anfetaminas y alcohol (brandy) que llevaba encima lo que
le mató. O en todo caso la suma de tan explosiva mezcla con el
tremendo esfuerzo realizado. ¿Y aquellos jóvenes ciclistas
belgas y holandeses que murieron mientras dormían a finales de
los ochenta? Desgraciadamente, todo apunta a que sus sangres eran demasiado
viscosas a causa de un dopaje sanguíneo salvaje. Tanto como para
causar trombos capaces de ocluir hasta los vasos de un corazón
joven y sano.
ALEJANDRO LUCÍA
Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea.
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