LA MÀQUINA HUMANA
Frioleros e Isotermicos

Alrededor de 18º C en la etapa de ayer. Temperatura fresca y agradable, como en las etapas precedentes. Y teóricamente perfecta, o casi, para el rendimiento en ejercicios de resistencia. Incluso temperaturas algo más frescas, de 13 a 15º C, serían aún más favorables. Sin embargo, algunos ciclistas como Ullrich, o el propio Miguel Indurain en sus tiempos, parecen sentirse más cómodos en un Tour caluroso de principio a fin.

Hablando con propiedad, a ningún deportista de resistencia (maratoniano o ciclista, por ejemplo) le va bien el calor. En todo caso, a unos les perjudica menos que a otros. Los humanos debemos mantener nuestra temperatura corporal en torno a 37º C, algo muy difícil de conseguir en ejercicios de varias horas de duración. Incluso ayer, en una etapa relativamente cómoda para el pelotón y con un día fresco y agradable, la temperatura corporal de los ciclistas no bajaría de los 38º C.

Y es que hasta el 75% de la energía que producen los músculos para contraerse se pierde como calor. Un calor que el cuerpo ha de disipar como sea: a través de las corrientes de aire que refrescan la superficie corporal del ciclista, y, sobre todo, evaporando el sudor, por lo menos un litro por hora de ejercicio, producido por los 2 a 4 millones de glándulas sudoríparas que pueblan la piel. Lo malo de la sudoración es que se hace a expensas de perder líquido de la sangre, el llamado plasma sanguíneo, lo cual dificulta mucho el trabajo del corazón.
En esto del calor y el rendimiento físico sólo hay una cosa realmente clara: aguantan mejor el calor los que se entrenan con calor. La adaptación consiste precisamente en sudar más y perder menos sal a través del sudor. Así, el cuerpo disipa más calor y retiene más sal, lo cual acelera la sensación de sed y permite reponer antes el plasma sanguíneo.

Entrenamiento aparte, algunos humanos sí parecen soportar mejor el calor. Por ejemplo, los esclavos que conseguían llegar vivos desde el continente africano a las costas de Norte América. Tras un largo viaje en barco en el que viajaban hacinados en condiciones inhumanas e insalubres, muchos morían deshidratados por la diarrea. Los supervivientes tenían unas condiciones genéticas especiales, que les permitían preservar su plasma sanguíneo. (Precisamente esta herencia genética explican en parte por qué en nuestros días muchos negros afro-americanos, descendientes de esclavos, tienen más tendencia a retener más plasma en sus vasos y en consecuencia a tener la tensión alta).

Sin embargo, es difícil saber por qué en el pelotón, compuesto en su mayoría por corredores de raza caucásica, unos toleran mejor el calor y otros, como Armstrong, se desenvuelven mejor en días frescos e incluso lluviosos.

ALEJANDRO LUCÍA
Alejandro Lucía es profesor de la Universidad Europea de Madrid


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