A veces los ciclistas enferman durante el Tour. Son patologías provocadas (o al menos agravadas) por la dureza de esta carrera. Muchas de ellas se podrían clasificar dentro de lo que se conoce como patologías propias de Medicina Interna. Las enfermedades más frecuentes posiblemente son las del aparato respiratorio. Desde las molestas rinorrea y congestión nasal (muchas veces de origen alérgico) hasta las infecciones del aparato respiratorio superior (causadas por virus, las más de las veces, o bacterias). Esto es porque las defensas del ciclista están algo mermadas durante el Tour.
Los recursos energéticos del organismo no son ilimitados: en el Tour, la prioridad es guardar energía para los músculos, con lo que otros tejidos y sistemas (como el sistema inmunológico) se sacrifican en parte. Consecuencia: mayor propensión a padecer infecciones respiratorias (como el típico catarro o resfriado), pues el pulmón es una primera vía de acceso a nuestro cuerpo para los gérmenes (virus y bacterias). Tratamiento: tirar de recetario: descongestionantes nasales (¡cuidado!: muchos están prohibidos), antitérmicos (aspirina y paracetamol), o vitamina C. Y poco más. Porque el mejor tratamiento de todos (el reposo), no es posible.
Además, los ciclistas son especialmente propensos a padecer una enfermedad que casi podríamos definir como enfermedad laboral propia de este deporte: el asma (o broncoespasmo) inducida por ejercicio. La ecuación es sencilla y casi universal: aire frío y seco que entra rápidamente en los pulmones (por ejemplo, más de 100 litros de aire por minuto en pleno esfuerzo) igual a irritación de los bronquios. Y no olvidemos que en las etapas de montaña el aire es muchas veces frío y seco. Una defensa lógica de nuestros pulmones es cerrar sus puertas (los bronquios) ante la entrada de cualquier agente irritante (polvo, humo de tabaco, etc.). Pero en este caso el irritante es, paradójicamente, el propio aire que respira el ciclista.
Resultado: cuanto más aire necesita el ciclista, menos le llega. Los síntomas son muy típicos: el ciclista siente que le falta el aire. Le duele el pecho al respirar. Además sus músculos (que reciben menos oxígeno de lo que les gustaría) deben recurrir más a la glucolisis anaerobia para poder hacer su trabajo. Y esto significa más acidosis láctica y más dolor de piernas. Eso, por no hablar de la tos (los famosos ataques de tos que sufren muchos cuando les entrevistan nada más llegar de la etapa, sin apenas tiempo para recuperar el aliento). Una tos incómoda y que muchos no se quitan en semanas. Tratamiento: fármacos broncodilatadores (las más de las veces se administran en forma de aerosoles con un inhalador que el ciclista lleva en los bolsillos de su maillot) y mucha hidratación.
Por último, no nos olvidemos del aparato gastrointestinal del ciclista, al que las circunstancias de la propia carrera no le facilitan precisamente su trabajo (es decir, digerir los alimentos y absorber los nutrientes a la sangre). Primero: durante la etapa, el corazón bombea la sangre sobre todo a los músculos y se olvida de los pobres intestinos. Aún así, a estos se les exige absorber hasta 200 gramos de hidratos de carbono en plena etapa. Segundo: cada día un hotel y, por tanto, una nueva cocina. Esto significa nuevos gérmenes para el aparato gastrointestinal. Tercero: el ciclista debe digerir y absorber gran cantidad de alimentos (algunos, además, con mucha fibra): hasta tres veces más que una persona sedentaria. Es decir, tres veces más de trabajo para su sistema gastrointestinal. Por todo ello, los problemas gastrointestinales no son infrecuentes: gastritis, gases y digestiones pesadas, o diarrea. Especialmente peligrosas son las gastroenteritis, pues deshidratan tanto al ciclista que le dejan absolutamente a cero de fuerzas: adiós al Tour.
ALEJANDRO LUCÍA
Alejandro
Lucía es Catedrático de la Universidad Europea de Madrid
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