Mucho. Tanto como unas 6.000 calorías (o hablando con propiedad, kilocalorías) al día. A veces (como en los días en los que la etapa es de alta montaña) llegan incluso a las 8.000 calorías (¡tres veces más que lo que necesita un varón sedentario y sano!). Pocos deportistas comen más que un ciclista durante el Tour. Si acaso los de lucha sumo (pasan de las 10.000 calorías), obligados como están a pesar cuanto más, mejor.
La mayor parte de este aporte energético (un 60%) proviene de un tipo de sustrato esencial en el deporte: los hidratos de carbono (H de C). Pasta y arroz, patatas, cereales, pan, miel y mermelada, azúcar, o algunas frutas son ejemplos de alimentos especialmente ricos en H de C. También los ciclistas comen gran cantidad de galletas, bollos y dulces en general, los cuales, además de una buena cantidad de grasas, también contienen H de C en su composición.
¿Por qué son tan importantes los H de C en la dieta del ciclista? Porque al contrario que en el caso de las grasas, los depósitos de H de C de nuestro organismo son pequeños: unos 500-600 gramos de glucógeno en los músculos (o algunos más, dependiendo de la masa muscular del ciclista) y otros 100 gramos en el hígado. Para colmo, cuanto más intenso sea el ejercicio, mayor es la tasa de utilización de estos depósitos, con el consiguiente riesgo de que se agoten pronto (de hecho se agotan a las dos o tres horas de una dura etapa o tras una hora de ejercicio casi máximo como una contrarreloj).
En otras palabras, es imposible subir un puerto a toda velocidad (como se exige en el Tour) sin quemar H de C. En cambio, aunque los depósitos de grasa (hablamos ya de kilos, por muy delgado que esté un ciclista) son ilimitados a efectos prácticos (¡no se agotarían hasta transcurridas las dos primeras semanas del Tour!), constituyen un sustrato de utilización más lenta.
Así que a comer H de C tocan: en el pantagruélico desayuno, unas tres horas antes del comienzo de la etapa (abundantes cereales, pan con mermelada, zumos), a lo largo de la misma (en forma de barritas energéticas, piezas de fruta, dulces y bebidas energéticas), y en la cena (a eso de las ocho y media de la tarde) en la que nunca falta un buen plato de espaguetis. Además, es especialmente importante la merienda (¡también meriendan!) que hacen hacia las seis de la tarde, nada más llegar al hotel después de la etapa. En efecto, la mejor manera de volver a llenar lo antes posible los depósitos de H de C para el día siguiente es empezar a comer cuanto antes: cereales con leche, por ejemplo. Es decir, H de C con proteínas, la mejor combinación posible para estimular a la hormona insulina, encargada de ayudar a meter la glucosa sanguínea en los músculos y almacenarla en los mismos dentro de una larga molécula llamada glucógeno.
Hablando de proteínas, los ciclistas no comen muchas en términos relativos (sólo el 15% del total de las calorías que consumen al día), pero sí en términos absolutos (unos tres gramos por kilogramo de peso, o, para entendernos, tres veces más que una persona normal): chuletón (o pescado) en cada cena, leche y derivados a diario, e incluso suplementos de proteínas (en forma de pastillas o batidos). Sólo así se consigue evitar que el cuerpo empiece a quemar (catabolizar) proteínas (quizás del propio músculo) con tal de obtener energías. Y por último, grasas: el 25% restante de las calorías. En forma de dulces y bollería en general. Que también las grasas son muy importantes en la dieta del deportista. Por ejemplo, para transportar vitaminas. O para fabricar algunas hormonas, como la testosterona.
Y todo este extenso menú diario, regado con unos cuantos litros de líquido (hasta 7 litros, según algún estudio): agua, bebidas energéticas y zumos, y, en todo caso, uno o dos vasos de vino en la cena.
ALEJANDRO LUCÍA
Alejandro
Lucía es Catedrático de la Universidad Europea de Madrid
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